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Channel: Mi vida en una mochila
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COSMOVISIÓN MÁNCORA

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Tenía dos versiones de Máncora: los que me decían que era un lugar hermoso, y los que me decían que no les había gustado. Sabía que era un lugar de playa con hermosos atardeceres, con buenas olas para hacer surf, con muchos mochileros vendiendo artesanías y comida, y donde cada noche era posible ir de fiesta a la playa. Lo que no esperábamos, era que cualquiera de las playas al sur o al norte de este pequeño pueblo, sea mucho más -subjetivamente- que la misma Máncora.

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Llegamos a Máncora al mediodía, en el trayecto más corto pero que más cambios de vehículo hicimos: dos camionetas y un camión para un tramo de 182  km. Oscar, el chico de CouchSurfing que nos hospedó en Piura,  nos llevó tipo 7am a un grifo -como le dicen a las estaciones de servicio en Perú-, y después de unos 20 minutos, nos levantó un señor que iba a trabajar a su finca -y casi nos vamos con él a buscar mangos y uvas-. Nos dejó en una rotonda, así que después de hacer dedo sin éxito-caminar-caminar-caminar (con Joa dolorida)-que nos manden a la entrada de un túnel a hacer dedo (¿a quién se le ocurre?)-tomar un taxi para pasar el túnel y que nos deje en un lugar más idóneo para hacer dedo-esperar una hora, finalmente nos levantó otro señor en camioneta que nos dejó pasando un peaje. De nuevo, parecía que nadie pasaba. Puros buses, o camiones sin espacio (siendo tres ya fichamos que los camiones tienen que ser bien grandes para que tengan espacio para tres chicas+tres mochilotas+3 mochilas de mano). Después de un rato viendo el viento pasar, paró un camión enorme que dejó una señora, y ahí enganchamos: ya estábamos en marcha a nuestro destino final.

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Juan (o José, da lo mismo, todos los camioneros se llaman Juan o José, no es chiste, y esta vez me olvidé todos los nombres) nos dejó en Máncora, un poquito más allá de donde termina la parte turística del pueblo, esas cuatro cuadras llenas de hostels y restaurantes y puestos de artesanías y chicos vendiendo en la calle. Ya era mediodía, y bajamos muertas de calor y hambre a buscar donde parar.

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Todas las request de CouchSurfing que habíamos mandado estaban sin respuesta, pero teníamos un número de teléfono. Probamos suerte, y el chico fue a nuestro encuentro. El único problema fue que, cuando llegamos al lugar, era un poco… ¿cómo decirlo? Era un colchón detrás de un local de artesanías. No-puerta (lo cual quiere decir no-seguridad), no-baño (ni ducha ni inodoro), no-cocina. Viajamos barato, no nos importa la comodidad, no buscamos lujo, pero eso ya era demasiado. Ni siquiera teníamos un lugar donde hacer pichi o donde dejar nuestras cosas e irnos a la playa sin preocupaciones. Le agradecimos la disponibilidad, y nos fuimos a buscar otro lugar.

Preguntamos en algunos hostels, pero ninguno bajaba de los S/25 (7 USD), así que les preguntamos a unos chicos que hacían artesanías (son los que tienen la posta, ¿no?). Nos mandaron a uno, y regateando, lo conseguimos en S/12,5. La verdad la verdad, no era ni agradable, parecía más un motel de mala muerte de esos que se ven en las películas de Hollywood que están en medio de la ruta, con sábanas de dudosa limpieza y cortinas en hilachas, pero era lo que había, así que dejamos nuestras cosas (hasta dudábamos de cuán segura era la puerta) y nos fuimos a comer algo y derecho a la playa.

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Alguna playa por ahí… Pocitos tal vez.

Y la playa: ni siquiera nos pareció la gran cosa. Mucha gente, mucha basura. No no y no. Quiero paz, tranquilidad, disfrutar un atardecer en silencio. Eso sí me gusta.

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Esa noche, a la vuelta de la playa, encontramos de casualidad otro hostal. Vicky, una uruguaya que hacía un mes estaba ahí, nos mostró el lugar: parecía una casa de familia hecho hostal. Hasta nos dijo que si hablábamos con el dueño, podíamos ser voluntarias, que era muy piola y seguro no iba a tener problema. Ni lo dudamos: buscamos nuestras cosas en el otro hostel, nos disculpamos y chau chau.

Cada noche, cuando salíamos a caminar para buscar algo de comer, un chocolate o simplemente dar una vuelta antes de irnos a dormir, conocíamos alguien: una pareja de chicas argentinas que hacía dos años estaban viajando y nos dieron todas las recomendaciones de lugares en Ecuador, con quienes nos sentamos varias noches a hablar y con quienes Flor volvió a tomar mate (lo bueno de que no me guste el mate, es que no lo extraño) mientras ellas vendían collares de una comunidad indígena de Ecuador. Un chico de San Javier (un pueblito cerca de mi ciudad, vaya coincidencia) y una chica de Lima que viajaban vendiendo PutreFashion, su marca de ropa bien moderna y accesorios en cerámica fría que ellos mismos diseñaban, llenos de colores. Un cordobés que vendía el collar más hermoso en piedra y macramé que vi, que hacía como unos seis meses que estaba en Máncora. Y así.

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Y cada día, nos fuimos a recorrer una playa diferente: a Los Órganos fuimos sólo Flor y yo porque Joa estaba dolorida de la espalda. Los Órganos es una playa súper familiar, llena de casas, cabañas y apartamentos a la orilla del mar, con palmeras y una vista única.

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El señor de la sombrilla donde dejamos nuestros bolsos a la sombra nos comentó que se podía llegar en dos horas caminando a Máncora, así que a las cinco empezamos a caminar. Una hora y media después, empezamos a preguntar cuánto faltaba, y cada persona con la que hablábamos nos decía que nos quedaban dos horas todavía. ¿Dos horas? ¿Pero cómo? Nos habían dicho otra cosa… Ya se había ido el sol, así que decidimos salir a la ruta. El problema fue que ahí no estaba la Panamerica, sino que estábamos detrás, a veinte minutos en auto para cualquier lado. ¿Y ahora? Estábamos muertas de hambre, era casi de noche, y no sabíamos dónde estábamos. Subimos por un camino que -erróneamente- creíamos que salía a la ruta. Había una sola casa, circular, con ventales a la playa, y un hombre adentro trabajando. Le hicimos señas para que saliera y le preguntamos: no chicas, están re lejos, es ese camino de allá abajo, toménse un moto-taxi que las deje en Máncora. Se ve que nuestra cara de esto-no-puede-ser fue muy evidente, porque enseguida nos ofreció la plata para el moto-taxi. No le aceptamos, pero le pedimos si podía darnos una fruta para recuperar energías y seguir. No sólo nos dio una, sino que nos invitó a pasar, puso tres platos de frutas, nos dio galletitas, cargamos agua y nos deseó suerte. Cuando bajamos, justo salía una pareja que se iba a Máncora a cenar. ¿Nos llevan? Hablamos todo el camino, y en menos de treinta minutos, ya estábamos en nuestro hostel.

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Al día siguiente fuimos a Cabo Blanco con fuimos Nico, un limeño que conocimos en Huanchaco, y Vicki, la uruguaya del hostel. En el bus conocimos a tres chilenas que iban allá también, así que caíamos todos a la playa famosa por Ernest Hemingway, que en 1956 llegó para filmar su libro “El viejo y el mar”. Estuvo más de un mes en el Fishing Club, y cada día fue a pescar, debido a la fama del lugar: aunque actualmente el pueblo perdió brillo, en algún momento incluso entró en el Libro Guiness de los Récords: en sus aguas se pescó el merlín negro más grande, de 780 kilos y más de cuatro metros de largo.

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Al sur de Máncora, fuimos a El Ñuro, conocido por las tortugas verdes, una tortuga marina que se encuentra en los mares tropicales en todo el mundo. Aunque se puede pagar para entrar al muelle y verlas desde arriba, o luego tirarse, nosotras elegimos nadar desde la playa. ¿Cuál era la dierencia? Nos habíamos llevado antiparras incluso, así que empezamos a nadar en contra de las olas, tratando de evitar tragar agua. Llegamos luego de unos minutos al lugar donde todos los turistas miran en busca de las tortugas. Los tapones para los oídos no me dejaban escuchar lo que me decían desde el muelle, y después de casi media hora sumergiendo la cabeza en busca de alguna señal, volvimos a la orilla. “¿Las viste?”, me preguntaban entusiasmados. ¡No, no había nada! Ahí entendí: me habían estado gritando y señalando que las tortugas estaban nadando al lado mío, y yo no escuchaba nada. No lo dudamos, y con Flor volvemos a entrar. Una vez llegamos al muelle, pasé por debajo para ir del otro lado, donde se suponía había más tortugas. Vi peces escurriéndose en sentido contrario al mío, unos pelicanos esperando por pescados, y por fin: una tortuga asomándose, muy cerca mío. Sin embargo, cuando me sumergí, no se veía nada. El agua era demasiado turbia como para ver más allá de un metro, así que decidí subir al muelle por las escaleras y verlas bien. Ahí sí, desde la altura, aparecieron dos tortugas, grandes, flotando por unos segundos cerca de la superficie.

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Flor y yo en la caza visual de tortugas.

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Las tortugas que no lográbamos ver desde el agua.

El último día lo habíamos adejado reservado para ir a Punta Sal. La razón: Kelly, la mujer que nos levantó  a la salida de Huanchaco cuando íbamos a Piura, estaba ahí por un congreso, y ese era su día libre. Esta vez fuimos a dedo (a diferencia de las otras playas, quedaba más lejos pero era más fácil llegar): camión hasta el cruce, y van del DeCameron (un all-inclusive en el que justamente estaba alojada Kelly) hasta el pueblito. Punta Sal fue la playa más clara y larga, la que más nos gustó. Pasamos un día entero con los pies en la arena blanca, charlando, metidas en el mar, con Kelly que nos traía tragos y comida del hotel (y nos ligamos un reto por eso y por estar en la reposeras del hotel), y disfrutando una vez un atardecer rosado.

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Atardecer en Punta Sal.

En la cosmovisión andina -muy característica del Perú- hay tres mundos en constante movimiento: el de arriba, donde están los dioses y los espíritus; el terrenal, el presente y aquí donde vivimos; y el mundo de abajo, donde están los muertos.

Apenas llegamos a Máncora, pensábamos que nos quedábamos sólo dos días, pero los planes cambiaron: así como en la cosmovisión andina, en Máncora encontramos mundos paralelos, otros lugares donde las gaviotas vuelan con más espacio, las olas llegan más claras y los atardeceres son rosados por igual.

 

Gracias Sato por hospedarnos =) Si van a Máncora, les híper recomiendo que se queden en Taroland Hostel.  La noche sale s/15 en el dorm, tienen una cocina completa para usar, y están cerca de todo. Sato vivió diez años en Indonesia, es un capo del surf, fotógrafo y está poniendo a punto el lugar. Es limpio, tranquilo, y con gente buena onda. Como sentirse en casa.


Archivado en: Foto-relato, Guías de viaje, Perú, Relatos de viajes Tagged: Cabo Blanco, dónde dormir en Máncora, Ernest Hemingway, Los Órganos, Máncora, Perú, playas de Perú, Pocitos, Punta Sal, reecuentros de viaje, surf, Taroland Hostel, Vichaitos

GUÍA DE VIAJE: BOLIVIA

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Bolivia es un país que quería conocer hacía mucho, y fue el primer país de mi viaje por Sudamérica. Llegué suponiendo que iba a estar dos meses, pero a los viente días me di cuenta que, al ritmo al que iba, parando en las ciudades por trabajo, y con todo lo que tiene para conocer, ni tres meses me iban a alcanzar. Al final, me quedé cinco -hermoso- meses (y no me quedé más porque me tuve que ir a Perú y entre una cosa y otra se me venció el último mes de visado).

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1) CÓMO LLEGAR

* TRANSPORTEDesde Argentina, hay dos pasos: La Quiaca-Villazón y Aguas Blancas-Bermejo. Yo hice este último, para lo cual hay que llegar hasta Aguas Blancas, y de ahí cruzar por chalana (bote) o por el puente internacional (a pie). Una vez del otro lado, se toma un taxi colectivo (40bs-3hs) a Tarija.

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* VISA: el permiso de estadía como turista es de 90 días. Como argentinos, se puede pedir tres veces más la extensión (cada una de 30 días), haciendo un total de 180 días por año. Para esto, las oficinas de migraciones están en las capitales de departamentos. En este link pueden encontrar las direcciones. En ciudades como Santa Cruz, tienen un cupo de personas por día que atienden, así que prevean y vayan un rato antes (y prepárense a esperar).

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2) PRESUPUESTO

Siempre me habían dicho que Bolivia era barato, pero me sorprendí de todas formas. Aunque hay opciones con precios casi internacionales, comer en la calle, los mercados, el transporte y el alojamiento se puede conseguir en precios muy accesibles.

El cambio al 22.08.2013 es de 1USD = 6,93 bs. A diferencia de otros países, en Bolivia sí es seguro cambiar en la calle. En la vereda afuera de los mercados suelen haber personas sentadas en sillas altas con sombrillas y los carteles con la lista de monedas extranjeras que cambian.

* ALOJAMIENTO: 

- Camping: 15 bs
- Dorm: 20-30 bs
- Habitación doble: 60-70 Bs con baño compartido; 100-120 bs con baño privado
CouchSurfing funciona en las ciudades más grandes, pero en algunas como Sucre o Tarija son muy pocos los miembros activos, y menos los que pueden dar alojamiento. De todas formas, intentando no se pierde nada =)
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La vista desde la pieza en el hostel en Coroico.

* COMIDA: 

-> Comer en la calle es muy barato, además de que existen muchas opciones y a cualquier hora del día. De referencia:
Queques (pedazos de torta de biscochuelo): 2bs
Jugo de naranja: 4bs
Salchipapa: 6bs
Hamburguesa (de carne, de huevo): 4-5bs
Huminta: 4-5bs
Helado: 1bs
Salteñas:  2,5-4 bs
Almuerzo: 8-12 bs

 -> Para los almuerzos, lo más común es el almuerzo familiar, donde te sirven ensalada+sopa+segundo (a veces, con 2-3 platos a elección)+postre (fruta o gelatina) por entre 10 y 25bs, según el lugar, la calidad, la abundancia del plato. En general, para mí son tan grandes, que hasta podrían compartirse. Los segundos suelen ser alguno de los platos típicos: silpancho, pique a lo macho, picante de pollo, saice, ají de pollo, asado a la olla, etc.

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Menú vegetariano en un mercado de Santa Cruz.

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Sonso y cuñapés frito

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Menos mal que son elaboradas higiénicamente.

 -> En los mercados se puede almorzar barato también, acá no sirven el almuerzo con todos los pasos pero los segundos son bien grandes. Las opciones son más o menos siempre las mismas: sopa de maní (4 bs), guisos (6 bs), asado a la olla (18 bs), picantes (12 bs), pollo asado, saice (15 bs). En general también se pueden encontrar ensaladas de fruta (6-10bs), jugos (3-5bs), batidos (10bs).

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* TRANSPORTE

Hay ciudades como Sucre donde todo queda a distancias caminables, es fácil llegar de un lugar a otro y la mayoría de las cosas -sino todo- quedan en el centro. En todo caso, los buses cuestan entre 1 y 2bs según la ciudad (y entre 0,7 y 1bs el de estudiante). En ciudades como La Paz y Cochabamba hay además trufis (taxi compartido)

Respecto al taxi, en Sucre cuesta 4bs por persona de cualquier punto a cualquier punto (excepto para ir al aeropuerto). En otras ciudades, preguntar a los locales cuánto deberían cobrarnos, y siempre preguntar al taxista cuánto nos cobra antes de subirnos.

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Para viajar de una ciudad a otra, los pasajes de bus (flotas) son muy baratos. Les paso precios referenciales que he pagado (varían según la demanda, lo mejor es comprarlo a último momento):

Tarija-Oruro: 90bs (11hs)
Uyuni-Sucre: 60bs (7hs)
Sucre-Santa Cruz: 50-80bs (13hs)
Santa Cruz-Cochabamba: 30-50bs (9hs)
Sucre-La Paz: 90 bs (12 hs) También se puede ir a Oruro y de ahí ir a La Paz, lo cual sale más barato y tiene más opciones de horarios.
La Paz-Rurrenabaque: 70-90 bs (18-24hs, según el estado del camino) (en época de lluvia el camino puede estar cerrado, y la única opción es el avión: 70 USD ida)
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Yo estaba igual, pero desde este lado, un día que llegué a las 4am a Oruro.

Algunas conexiones se las puede hacer en tren, hay una línea que corre Villazón-Oruro, otra que hace Santa Cruz-Puerto Suárez y Santa Cruz-Yacuiba (frontera con Argentina). Yo hice Oruro-Tupiza-Uyuni, y pueden consultar en la página de la empresa los precios y horarios. Precios referenciales:

Oruro a Tupiza: 85bs, 14hs
Tupiza a Uyuni: 35bs, 6hs

 

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En la estación de Oruro, a punto de partir.

3) CUESTIONES PRÁCTICAS

* CLIMA: Varía según la región. En el altiplano el sol pega fuerte durante el día, pero las noches son muy frías. Oruro es un ciudad bien fría, sobretodo de noche, aunque durante el día, sobretodo caminando por la ciudad, está lindo. Ciudades como Tarija y Sucre son más templadas, por lo que de día hace calorcito y en la noche refresca bastante (por ende en las mañanas también está fresco). En el oriente, Santa Cruz es una ciudad bastante calurosa y húmeda, por lo que la diferencia al pasar de una ciudad a la otra puede ser bien fuerte.

* ENCHUFE: tienen dos clavijas, la tipo A (II) y la tipo C (:). El voltaje es 220V.

* INTERNET: aunque ya me lo habían comentado, nunca pensé que iba a renegar tanto. El wifi es caro, por lo que la mayoría de las casas no tienen internet; acá se usa mucho el módem inalámbrico. Yo he ido a universidades (en Sucre iba a la Facu de Contaduría, que para chequear algo al paso zafaba), a bares con wifi a tomar algo y llevar mi laptop, o si necesitaba para hacer algo express iba a un cyber café (2-3bs la hora). Los hostales también tienen wifi (algunos te cobran precio aparte). De todas formas, anticiparse sabiendo que cualquier sea la opción, el internet es lento (hacer un skype puede ser bien difícil, lo mismo que descargar archivos, ver videos, o adjuntar fotos a un email).

 

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Trabajando acompañada en el café con el mejor wifi de Sucre.

4) SEGURIDAD Y MUJERES VIAJANDO SOLAS

Bolivia es un país que, a mi parecer, es muy seguro. Nunca me sentía acosada ni con sensación de inseguridad. Aunque hay ciudades más peligrosas (Santa Cruz especialmente, he visto un robo en plena calle), los cuidados son más o menos los mismos que hay que tener en cualquier lado: llevar la plata y documentos en lugares poco accesibles (yo recomiendo no llevar las cosas de valor en bolsitos que sean fáciles de arrancar), no descuidar las mochilas, no caminar escribiendo con el celular.

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No es para asustarse tampoco

5)  QUÉ VER Y HACER

Bolivia es un país grande, con grandes contrastes en la naturaleza, sus ciudades, el clima y su gente. Hice una lista con cada departamento en el que estuve, y lo que hay para hacer ahí.

* Tarija: mi casa por ¡cinco! semanas. Fui a la Reserva de Sama (la cual amé), al Valle de Cinti y al de la Concepción, y fue el primer lugar donde aprendí sobre la gente, las comidas, costumbres, y fiestas.

* Oruro: más que nada, acá me dediqué a trabajar, a vivir una ciudad desde adentro y a conocer sus mitos y leyendas.

* Potosí: me deshice del frío orureño en Tupiza, pasé tres días psicodélicos en Uyuni y en Torotoro acumulé más historias.

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* Chuquisaca: Sucre es la capital del departamento con varios imperdibles, y un buen punto de partida para conocer varios pueblitos y comunidades de los alrededores. Como paseos de un día, están Yotala, Tarabuco (cada domingo está el mercado artesanal por lo que, a pesar de que se llena de turistas, es  el día recomendable para ir por el movimiento que hay), y la comunidad Jalq’a en pueblitos como Maragua y Potolo, huellas de dinosaurio en Niñu Mayu, pinturas rupestres en Incamachay y Pumamamachay (estos tres útlimos, recomendables hacerlos en trekkings de 3-4 días, por cuenta propia o en tour).

* Santa Cruz: me encantó la gente del lugar, y me volví fan de su hora del té. Además, pasé quince días recorriendo las misiones jesuítas, un día fui a visitar las Lomas de Arena, me seguí enamorando de los mercados bolivianos en Cotoca y también en otra vuelta fui a Samaipata.

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En Santa Cruz hay una de las colonias menonitas más importantes de Bolivia.

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La ruta del Che también está en Santa Cruz.

* La Paz: antes de pasar quince días en la ciudad y presenciar la Fiesta de las Ñatitas, hice el trekking del Choro, estuve en Coroico y fui a Tiwanacu.

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La Paz desde El Alto.

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* Cochabamba: la usé de base para ir a Villa Tunari y a Torotoro, y me reencontré con amigos.

* Pando: después de un viaje fatídico donde volví a comprobar lo caótico del tráfico, estuve en Rurrenabaque en plena selva.

6) MÁS INFO

* Bolivia en tus manos: muy buena info separada por departamentos

* Bolivia Turismo: información completa para tener en cuenta antes y durante, al estilo guía de viaje


Archivado en: Bolivia, Guías de viaje Tagged: Bolivia, cómo viajar barato por Bolivia, guía de viaje, mujer sola viajando, viajar como mochilero

VEO VEO #10: UN MUNDO PEQUEÑO (O “EL MUNDO ES UN PAÑUELO”)

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Encontrarme -sin planearlo- tres veces en menos de diez días a la misma persona en tres ciudades diferentes en Egipto: la primera caminando por las calles de Luxor, la segunda e un hostel en Dahab, y la tercera en la sala de espera del aeropuerto.

Cruzarme en un hostel en Valparaíso a un francés que había apenas saludado en una juntada de CouchSurfing en Buenos Aires unos meses atrás (y que el chico casi se asustase cuando empecé a interrogarlo para ver si era él).

Toparme al mismo chico en tres ciudades distintas en tres países distintos (y no haber siquiera cruzado palabra con él) (y no es mi ilusión que era la misma persona).

Que un chico indio me agregué -por un grupo de fotografía de CouchSurfing- a Facebook y darme cuenta que en unas vacaciones en Costa de Marfil él había conocido a una conocida mía de Buenos Aires que estaba de intercambio allá.

Sentarme en una playa en el Parque Tayrona una tarde de tormenta, que un chico me empiece a hablar, y a los diez minutos darme cuenta que se había ido de intercambio con AIESEC y que, encima, era amigo de un colombiano amigo mío.
 
Caminar por la Costa Verde en Lima y cruzarme (y tardar unos segundos en reconocerlo) al señor que vivía con uno de mis mejores amigos en Córdoba, y hacía cuatro años que no veía (y como si fuese poco, a las dos horas encontrármelo en el súper).
 
Ir a ver un camping en Vilcabamba y en la cocina encontrar a una pareja de mi misma ciudad -que sabíamos que estaban en Ecuador, queríamos cruzarnos, pero no habíamos hablando más en los últimos días- que acaban de llegar e instalarse.
 
Que la persona que me levante volviendo haciendo dedo de Vilcabamba a Loja conozca a la persona que me hospedaba. Lo mismo me pasó de yendo de Cuenca a Baños.
 
Entrar a un bar que estaba cerrado (cuyo dueño era un chico de CouchSurfing), y adentro encontrame adentro a una pareja argentina con quienes habíamos estado trabajando en el Valle Sagrado y de los cuales había perdido el contacto (ni siquiera tenía su correo o face).

 *

*

*

Casualidades, encuentros inesperados, azar, coincidencias, cuestiones de segundos (unos segundos más o menos y no hubiese pasado): el mundo es un pañuelo.

[Y viajando, suelo darme cuenta más rapido y más seguido.]

*
Este post forma parte del ¡Veo Veo!, un juego donde el 15 de cada mes, los que participamos escribimos sobre un tema escogido previamente. ¿La idea? Volver a ser niños durante un rato, una excusa para conocer otros lugares e historias, para viajar sentados en casa de la mano de otros viajeros. ¿Te interesa? Unite al grupo en Facebook, donde elegimos el tema y posteamo todos los veo-veos. Además, podés seguirno en Twitter con el hastag #veoveo.

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SUEÑOS DE BARCELONA

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Anoche soñé con Barcelona.

¿Pueden haber lugares esperando por uno? ¿Pueden existir pueblos o ciudades en estado latente por ser descubiertas y apropiadas por alguien? ¿Qué se siente llegar a un lugar nuevo y sentirlo como si fuese casa, sentirse desde el principio parte de él?

Me veía caminando entre edificios, conversando con un amigo africano, comiendo cous cous hecho por algún marroquí, mirando sin parpadear el mar desde la habitación del hotel, paseando en bicicleta por calles arboladas.

No sé cómo lo sabía (nunca estuve allá), pero yo sé que era Barcelona. Había algo en el aire que me lo decía. Respirar Gaudí y su modernismo, muchos idiomas dando vueltas por las calles, cientos de opciones de bares y restaurantes, kilómetros de playa al lado de la ciudad, paredes que hablan por sí mismas, días soleados (¿habrá sido primavera?), marroquíes e indios y paquistaníes en un barrio antiguo, un mercado de frutas y verduras con mujeres grandes comprando y turistas sacando fotos, arte callejero gritando en las paredes, una calle que termina en el mar, colores pasteles, música que se escurría proveniente de algún callejón, palabras nuevas pero con un acento cuasi conocido, gente andando en bicicleta, comida con muchos mariscos y pescados y calamares, cuadras donde se respira cultura y aroma a libros. Ya lo dije, nunca estuve en Barcelona, pero así son los sueños. ¿Nunca les pasó soñar con alguien y saber exactamente quien era, aunque físicamente haya sido diferente? Es más o menos eso: no sé si Barcelona sea así o qué hay para hacer una vez allí, pero los sueños no mienten.

Cuando estuve en España, allá hace tres años y por unos pocos días, mi idea era ir a Barcelona. El problema fue que perdí el vuelo en Egipto, y me lo cambiaron para cuatro días después. Así, pasé de tener una semana a poder estar sólo tres días, y como uno de mis mejores amigos estaba estudiando en Salamanca, decidí ir sólo a esa ciudad para verlo. Él fue la primera persona que me lo dijo: “Barcelona es la ciudad para vos, te encantaría”. Desde ese momento, siempre quedó dando vueltas en mi cabeza.

En realidad, ya no sé si anoche soñé con Barcelona, si fue que estaba viendo “Todo sobre mi madre” de Almodóvar y me entredormía, o si, en realidad, todavía estaba despierta y sólo fue un viaje entre sueños, de esos que son tan reales y se sienten tan vivos como los reales.


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Y ENTONCES…

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¿Puedo gritar?

No falta nada. Ya queda poco y nada. ¿Dos? ¿Tres semanas? Algo así. Como siempre, no quiero poner fechas, prefiero que fluya, y el día que tenga que ser será. Si lo decido de un día para el otro, no sería raro. Así he decidido muchas cosas: mi “primer gran viaje” por EuropaTurquía y Egipto, irme de Chile, empezar este. Aunque siempre está la idea, nunca sé la fecha concreta o el destino fijado. Entonces, ¿por qué no seguir con la costumbre?

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No falta nada para empezar el viaje en bicicleta. Para cambiar el viaje a dedo, motorizado, acompañada, por el viaje en bici, a tracción humana y sola. De nuevo sola. Hace rato que vengo viajando acompañada. Tanto, que ya casi se me olvidó lo que es salir a la ruta sola. Desde principios de octubre que hay alguien al lado mio. Primero un ¿amigo?, después de quince días llegó mi mamá, a los quince días empecé a viajar con Joa, enero y febrero se sumó Flor así que éramos tres (multitud comparado a como suelo viajar), desde hace casi quince días con mi hermano. Y cuando él se vaya el lunes, este lunes, empieza la otra etapa. Así como pasar de Bolivia a Perú significó cambiar de moverme en bus a viajar a dedo, el volver a estar sola significará empezar a viajar en bici.

Y con eso, quiero viajar más liviana. Llevar menos cosas, ir más ligera. Aunque sólo tengo una mochila de 40 litros y la chiquita (más la cámara aparte), ambas están pesadas: siempre llevo comida “por las dudas” (y son muy pocas las veces que realmente la necesité), mis zapatillas de trekking son pesadas, quiero largar la ropa de invierno, dejar varios libros atrás. Estos días viajando con mi hermano me prepuse viajar más liviana, aprovechar la parada en Quito para dejar algunas cosas, y al irnos de Latacunga y reamar la mochila, lo primero que pensé fue “¿tantas cosas traje? ¿Tantas remeras?” No sé en qué pensaba cuando la armé.

Y el viaje en bici: si antes mis sentimientos eran unidireccionales hacia la felicidad, ahora ya se jalan hacia uno y otro lado. Por un lado tengo miedo, miedo al cansancio (pedalear por estas sierras andinas no va a ser nada fácil con mi no-estado físico que perdí en estos meses), miedo a la soledad, miedo a aburrirme, miedo a extrañar viajar a dedo, miedo a perder contacto con la gente, miedo a no encontrar dónde dormir, miedo a que le pase algo a la bici y no saber cómo arreglarla, miedo a que se me inunde la carpa un día de mucha lluvia, miedo a estar triste y no tener un hombro, miedo al hartazgo, miedo al calor tropical, miedo a no encontrarle sentido.

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Mi cabeza va así, para los dos lados.

Y por otro lado, siento el mismo entusiasmo de siempre: estoy feliz, ansiosa, contenta. Extraño mucho hacer deporte todos los días (me siento totalmente fuera de forma, hasta subir escaleras me cuesta a veces), el contacto permanente con la naturaleza de aquel viaje en bici al sur de Chile, tengo ganas de ver qué es esto de un viaje en bici yo sola, de probarme a mí misma, de sentir el viento en la cara todo el tiempo, estoy contenta con la novedad y el desafío, me pone ansiosa no saber qué va a pasar.

Igual, yo sé que va a estar todo bien (de previa en Cuenca)

Igual, yo sé que va a estar todo bien (de previa en Cuenca)

Y aunque hace como un mes y medio que estoy en Ecuador, todavía no subí ni un post de acá. Con Ecuador me está pasando algo raro: me está costando escribir. No es que crucé la frontera y abandoné el cuaderno y la birome, nada que ver. Sigo escribiendo (casi, tantos reencuentros y tanto viaje y tanta ida y vuelta a veces no me dejan tiempo o energía) todos los días.

Recién apenas terminé de subir los post de Perú (sí, vengo atrasada), pero también los post que empiezo a armar de Ecuador me quedan inconclusos. En el Castellanos, el diario de mi ciudad donde publico, ya empecé a escribir sobre Ecuador, pero con mi blog… no sé que me pasa. Como siempre es mucho más personal, siento que me estoy olvidando cosas, que me está faltando encontrarle una vuelta. No es que no haya pasado nada: todo lo contrario: vengo acumulando experiencias y momentos y personas unos más lindos que los otros.

Capaz es eso: quedé apabullada y no sé cómo volcarlo al papel, cómo ordenar mis ideas para contárselas y que todo tenga lógica.

Demen unos días y ya empiezo. Necesito tiempo para despedir a mi hermano, buscar la bici y estrenarla yendo de la empresa a la casa donde paro en Quito (qué en Quito, encima estoy en las afueras, en Cumbayá), ir al médico (me doblé el tobillo y todavía parece de embarazada), hacer unas averiguaciones en migraciones. Ah, y eso también: ponerme a escribir y desperezar los miedos =)


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PUERTA DE BIENVENIDA

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Llegar a un país de noche, no saber exactamente cómo será viajar a dedo por estas tierras (aunque muchos me dijeron que es fácil, hasta no tener la propia experiencia siempre es una incógnita), cuáles son las distancias, cómo será la gente, y una serie más de cómo-quién-qué-dónde-cuál te deja en una posición un poco… ¿vulnerable? En una incógnita permanente digamos.

Eran las  ocho de la noche, estábamos en una rotonda donde nadie nos sabía decir con precisión si pasaban o no buses hacia Loja (“a las 7:30 pasa el bus”; “no, por acá no, se tienen que ir a Santa Rosa y desde ahí toman un bus”; “pero tendrían que haber ido al terminal de Machala, acá no consiguen nada”; “chicas, yo me voy a Loja, en media hora pasa el bus, es uno rojo”) hasta que llegó el bus rojo que por 6 USD nos dejó, seis horas después, en Loja.

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Salimos de Máncora en la mañana a dedo hasta Tumbes, y como otros viajeros me habían comentado que cruzar esa frontera a dedo era peligrosa, decidimos romper la regla y tomar un bus. Llegamos a Tumbes cuarenta minutos antes de que salga el bus de la tarde, cruzamos la frontera (¡bienvenida, que tengas un buen viaje!) y llegamos a Loja a las dos de la mañana, entre cinco y siete horas después de lo pensado, dudosas de si estaba bien, a esa hora, llegar a la casa de Guillermo, nuestro host de CouchSurfing. Confiamos en que todo iba a salir bien, lo llamamos y en diez minutos estábamos en la puerta de su casa.

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Guillermo vive en un tercer piso, y apenas crucé la puerta me sentí como en casa. Por un lado, porque me hace acordar a mi casa, y por otro (el más importante) por lo que me transmitía, lo que me generaba, lo que sentía estando ahí.  El departamento-casa me transmitía ese calor de hogar, esa comodidad de estar en mi lugar, una cocina con aire de familia, un living que decía “siéntense a hablar acá”, la familiaridad (aunque sea mi primera vez en el lugar) de lo que me rodeaba.

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A la mañana siguiente, domingo, nos despertamos tarde, después de reponer horas de sueño. Me asomé a la cocina y no podía creerlo: Guillermo estaba calentando té en una jarrita, cocinando mote pillo -un revuelto hecho con maíz blanco, huevo, cebolla y morrón- y preparando jugo de tomate de árbol. Mientras desayunábamos, casi al mediodía, nos propuso ir a Zamora para visitar la feria dominical e ir al Podocarpus.

Dejamos el auto y caminamos hasta la entrada del Parque, donde nos registramos. Todos los Parque Nacionales en Ecuador son gratuitos, ¿no es genial? ¿No es genial que cualquier persona pueda ir y no tenga que pagar 10 USD (como era antes) para poder disfrutar de la naturaleza? Me parece básico que para que la gente cuide lo que tenga lo conozca, que todos puedan pasar una tarde en el río o en las cascadas o caminando si más.

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Después de pasar la zona de camping (pero qué lindo acampar en un lugar así), seguimos caminando entre árboles altos y orquídeas, (este país no puede ser más verde, lugar donde miro, lugar donde hay plantas, y gigantes algunas), hasta una de las cascadas, y el calor que habíamos agarrado se fue al instante que el rocío del agua nos llegaba. Nos quedamos en bikini pero no atinamos a meternos más allá de las pantorrillas (como para la foto, vio, además estaba nublado), y cuando salimos, Guillermo nos regaló un Manicho a cada una (¿no es un genio?), el chocolate de su infancia. Chocolate con leche y maní, buenísimo (con un chocolate así de rico, también hubiese sido el de mi infancia). Yo me acordaba de los alfajores Jorgito y los B/N con maní arriba, que creo perdí la cuenta hace cuánto no los como.

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De ahí nos fuimos al río, con piedras con musgo, mariposas aleteando, el río que corría rápido abajo y lianas en la otra orilla. Daban ganas de ser Tarzán por un rato. Nos sentamos, cada uno mirando algún lado del río, en silencio. Simplemente contemplando.

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A la vuelta paramos en el mercado de Zamora, mi primera vez en un mercado ecuatoriano. Tengo debilidad por los mercados, qué se le va a hacer. Entre pasillo y pasillo, entre puesto y puesto, no podía levantar la cara y mirar a las vendedoras: había cosas que nunca había visto antes, algunas las confundí, y otras eran versiones distintas. La pitajaya, la papaya de Jamaica, el babaco, el zapote, la flor de Jamaica y la zanahoria blanca se agregaron a mi lista de pendientes.

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Plátanos asados con queso… mmm

Al día siguiente salimos a caminar por Loja, y por algunos momentos me descolocaba saber que estaba en Sudamérica, ya que mi alrededor no coincidía en algunas cosas: libras como unidad de peso, dólar como moneda, invierno en el Hemisferio Sur en febrero y usando mangas cortas; lluvia a la mañana, sol al mediodía, fresco a la tarde.

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Aunque es tranquila, eso es lo que más me gustó de la ciudad: no llega a los 200 000 habitantes, las calles no son un caos de vehículos, la gente nos sonreía cuando nos acercábamos a preguntar algo, desde las ventanas de la casa y desde las calles se ven montañas y colinas y los molinos de viento.

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Bolones de verde y tortillas de papa. La señora del puesto nos contó los detalles de lo que hacía con una sonrisa en la cara.

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Y la casa. Llegamos una tarde ya cansadas de caminar tanto, con ganas de tirarnos en los sillones, y lo primero que pensé -capaz en voz alta- fue “hogar dulce hogar”. Me sentía como en casa: desayunaba mirando por la ventana (en mi casa, la mesa de la cocina está frente a una ventana grande al patio), veía mi ropa y otras pocas cosas que llevo desparramadas en la pieza, varias veces me atravesaba esa contradicción entre querer quedarme y querer irme, y otras tantas no sentía la necesidad de salir a recorrer.

Eso me pasa cuando estoy en casa. Me siento cómoda, en confianza, con cierta familiaridad hacia el lugar. Al fin y al cabo, mi casa es más mi lugar predilecto de visitas que mi casa, y lo bueno de eso es saber y sentir y darme cuenta que me puedo sentir a gusto en más de un lugar.

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Muchas veces me preguntan dónde vivo, y mi única respuesta posible, la única que se me ocurre, es acá, ahoraacáSi vivo viajando, mi casa es el lugar donde estoy en ese momento y, a la vez, aprendí que no necesito mucho tiempo para sentirme a gusto en cada lugar, para sentirme parte.

Y esa sensación con la ciudad, se trasladó a la percepción general: desde que llegué tengo el presentimiento de que Ecuador me va a gustar, y mucho. Y si mi tiempo acá es igual a la bienvenida, seguro que se transforma en realidad.


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ALLÁ EN EL UNIVERSO PARALELO: MERCADOS, MUJERES, HISTORIAS

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“Los científicos dicen que están hechos de átomos, 
pero a mí un pajarito
me dijo que estamos hechos de historias”
 

Eduardo Galeano

El día después del carnaval, Bruno me invitó a almorzar al restaurante de su papá. Después de la sopa, la ensalada a elección (las que más me gustan y no tanto, porque puedo poner tanto como yo quiero que siempre es una barbaridad), y el plato de arroz y lentejas, fuimos a dar unas vueltas por la ciudad. Helado de paila de por medio (ri-quísi-mo, parecía pura mora hecha helado), llegamos al Mercado Central. Cruzamos unos pasillos y él se tenía que ir a trabajar, no sin antes regalarme una bolsa con una docena de doritos, una banana chiquita y dulce.

Desde que empecé el viaje, para mi los mercados siempre fueron mundos paralelos, un puerta de entrada a un universo diferente a lo que sucede afuera. Babacos y tomates de árbol y naranjillas, y bananas y zanahorias y papas en pilas, encimados, compitiendo color a color, llamando a mirar. Como la mayoría de los mercados, todo está ordenado, dividido por sector: en los pasillos principales las frutas y verduras, un pasillo a la izquierda con los puestos de pan, todos los puestos alrededor con carnes colgando esperando ser cortadas; arriba, los puestos de comida con locros, desayunos, almuerzos, tortillas, jugos. Un mercado es un tour express a la diversidad y sencillez gastronómica por estos lares.

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Y además de que me encantan los mercados normales, los que abren todos los días de seis a seis, en Ecuador encontré muchos mercados semanales, que se hacen un solo día a la semana, y es casi LA ocasión.

Ir al mercado no es algo más para ellas: es el momento en el que uno las ve mejor vestidas, mejor peinadas, más lindas y elegantes. Cuando estábamos en Saquisilí, primer pueblo donde paramos rumbo al Quilotoa, un jueves (el día de feria), le dije a mi hermano: ”miralas, miralas cómo se visten, cuán arregladas están”. Yo: la calza de siempre, mi campera de siempre, mi mochila con la carpa atada que compite si tiene más kilómetros o tierra, mis zapatillas que se la bancan, mi pelo siempre enredado; ellas: con cancanes negros o color piel, su pollera acampanada, sus zapatitos brillosos, sus blusas de colores, su chal bien puesto, su pelo prolijamente estirado y trenzado y atado, su sombrero colocado justo donde va. Para mí, una cuestión de pueblo; para ellas, el evento de la semana.

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Mírenla a ella, miren hasta el detalle en el pelo!

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… y el de la pluma de ella =)

Pasearse por un mercado significa dos cosas: uno, que al pasar, las mujeres (siempre son mujeres) te pregunten qué estás buscando o te pidan directamente “cómpreme unito”; y dos, ver traslucida la vida cotidiana en ese lugar tan público e inherente de estos países. Ver nenes durmiendo sobre las tarimas de madera (incluso, arriba de las papas), señoras tejiendo, dos mujeres almorzando y hablando de puesto a puesto, una chica pelando habas o dándole la teta a sus bebés.

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Almorzando entre neumáticos reutilizados para dar agua o comida al ganado.

Y aunque nunca me sorprendió, siempre son mujeres las que toman la posta del negocio, las que están cocinando, sirviendo los platos de comida, limpiando y vendiendo las frutas y verduras, cortando y pesando las carnes, haciéndote probar los quesos. Son ellas las que muchas veces sostienen el hogar, las que organizan la economía familiar, las que le ponen pecho.

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Seguro por eso una vez en Huaraz, comprando frutas en un carrito de la calle, la mujer me dijo, señalando al marido: “llevéselo a este a su país, que acá no me sirve de nada”. Yo no sabía si reírme o tenerle compasión, si era un chiste o un chiste con verdad en el fondo.

Seguí dando vueltas por el mercado, subí por las escaleras, di unas vueltas por el sector de comidas y jugos, con la gente concentrada en el partido de fútbol que pasaban por la tele y no absorta en su plato. Había una escalera más, y antes de subirla, vi dos nenas. “Puedo sacarles una foto?”, les pregunto, y al tercer click ya estaba rodeada: aparecieron dos, tres, cinco, siete nenes más, todos hijos de mujeres que trabajan en el mercado.

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Me quedé hablando con ellos, qué de dónde eres, que haces aquí y cuándo vuelves a Argentina; que cómo se llaman y cuántos años tienen y quiénes son hermanos y a qué grado van, y ellos peleándose como hacen los nenes, compitiendo quién en más grande (mira si los adultos compitiesen a ver quién tiene más años…). Le hice las dos trencitas a la muñeca de una de las nenas y después la trenza cocida a ella (con la nada de pelo que tengo, hacía mil años que no hacía una trenza), algunas mamás empezaron a llegar y me despedí.

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Camino a la salida del mercado, veo a una señora con una cruz pintada en la frente. “Señora, ¿puedo sacarle una foto?” le pregunto, señalándole el dibujo. Avergonzada y riéndose, me dice que sácale fotos a ella, señalando a la mujer que estaba a mis espaldas.

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Tenía unas ganas de pedirle que la foto no sea entre todos esos pedazos de carne…

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Otra mujer que me dejó fotografiarla.

No me acuerdo cómo se llamaban (el problema de no anotar enseguida), pero sí recuerdo lo simpáticas que eran, que me contaron sobre el miércoles de ceniza y que no comen carne los viernes desde Carnaval hasta Semana Santa, que me preguntaron si en Argentina se hacía lo mismo, que quisieron saber qué conocía de Ecuador, que comieron felices las bananas que les di, que me preguntaron por mi marido (porque en Ecuador, a los 25 años es lo más normal tener dos hijos además), que me preguntaron cómo hacía para viajar, que indagaron por mi marido (porque acá a los 24 años es normal tener dos hijos ya), que una de ellas me dijo que se tenía que ir a darle la teta a su hijo  de cinco años (si escucharlo parece sorprendente, en Bolivia una vez vi a una mujer en plena calle dándole la teta a su hijo que estaba parado. Sí, pa-ra-do, al mejor estilo Son como niños), que me pidieron que pase a saludarlas antes de irme.

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Salí a la calle, al mundo de siempre, al universo real de afuera. Tomé el bus a casa (corrijo: tomé un bus en dirección contraria, me dejaron donde podía enganchar el de vuelta, logré acertar dónde bajarme y llegué) y merendé tostadas con palta y tomate (que como me gusta…), hablando con Juancho, mientras pensaba que los mercados realmente tienen que ser universos paralelos: los mercados son todos mercados, pero antes de entrar uno nunca sabe con qué se va a encontrar o a quién se cruzará, e incluso estando adentro no sabe cuándo va a salir o qué puede pasar.

Archivado en: Ecuador, Relatos de viajes Tagged: Ambato, día de la mujer, Ecuador, historias de viaje, mercados, mujeres trabajadoras, niños en los mercados, universos paralelos

GUÍA DE VIAJE: PERÚ

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Perú estuvo en mi top ten de países por recorrer desde que soy muy, muy chiquita. Me acuerdo que tenía 10 años y soñaba con Machu Picchu. Ya ni recuerdo cuántas veces planifiqué ir en los últimos cuatro años (cuántas veces me habrán escuchado mis viejos decir que este año, este año sí iba), sólo me acuerdo que siempre, siempre, pasaba algo: o me quedaba sin acompañante o no podía irme tanto tiempo o me di cuenta que tenía que irme a otro lado o iba a ir con mi familia y no nos daban los días.

En fin. Un día llegué. Y estuve casi tres (felices) meses. A veces siento que tendría que haberme quedado más tiempo, que me quedaron cosas por conocer. De todas formas, conocí bastante, así que les dejo info que espero les sea útil =)

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1) CÓMO LLEGAR

Yo entré desde Bolivia por la ruta Copacaba-Puno (se llama Kasani el paso), aunque también se puede hacer la alternativa por Desaguadero desde La Paz.

Desde Chile la entrada es por Arica (a Tacna); desde Ecuador hay varias, ya sea por costa (Huaquillas) sierra (Macará, La Balza) o selva vía río (Coca-Rocafuerte); y desde Brasil por río vía Tabatinga-Iquitos por el río Amazonas, o por Iñapari al sur (camino por Puerto Maldonado).

Al entrar al país te dan un máximo de 90 días como turista, y para renovarlo (para argentinos) hay que salir y volver a entrar.

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Todo depende en qué viaje cada uno…

2) PRESUPUESTO

Aunque más caro que Bolivia, Perú sigue siendo barato. En el tiempo que yo estuve allá (nov 2013-febrero2014), el cambio estuvo, aproximadamente (porque fue variado  por centavos) 1USD = S/2,8

* ALOJAMIENTO: una cama en un dorm de hostel está entre S/10 y 15 los hostels baratos, llegando hasta S/25 o 35 (en general, llenos de europeos y estadounidenses). Campings desde S/10.

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Hostal Sudamerica en Huanchaco

Couchsurfing me funcionó bastante bien, en general con gente piola y confiable. Les recomiendo escribir con tiempo, hay veces que la gente tarda bastante en responder, pero se puede conseguir hasta en Cusco o Máncora por ejemplo.

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A ver las líneas y geogligos de Nasca fuimos con nuestro host de CouchSurfing

* COMIDA: Cevichecausa limeña o papas a la huancaína de entrada -sin nombrar la típica sopa-, y platos de fondo como ají de gallinalomo saltadocuy al hornochupe de camarones o seco de pollo garantizan dejar la panza llena. Y el corazón, siempre contento. No por nada dicen que la comida es uno de los mejores alimentos para el alma. Y Perú, un país para comprobarlo. Dulces como el suspiro limeño (propio de la capital), la cremolada (muy común al norte, en muchos sabores frutales).

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Ceviche en Puerto Malabrigo (si comen, asegurense de que el pecaso esté fresco. Dicen, por ejemplo, que no hay que comerlo en la noche)

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Almuerzo peruano-mexicano (con mortero mexicano incluido)

Y respecto al precio, la comida es otro ítem barato. Un menú puede costar desde S/3,5 (en Cusco, en la calle Hospital, o en el mercado los platos de arroz, y en cualquier ciudad basta con caminar un poco alejados del centro) y lo más común es encontrarlo en S/5 (sopa+segundo+postre+bebida), ceviche desde S/5 hasta S/8 en los lugares más caros (Máncora).

Los mercados son fuente inagotable de verduras y frutas, buenísimos para abastecerse. La comida es la calle es barata y siempre tentadora para probar nuevas opciones: papas con huevo por S/1,5 , maíz con queso S/3, helados de algarrobina por S/1.

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Gracias Joa por las fotos!

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* TRANSPORTE: Para ir de una ciudad a otra, hice Perú de punta a punta a dedo (sólo Lima-Huaraz tomé bus) y la verdad es que funciona perfecto. Hemos llegado a ser tres chicas y nos levantaron sin ningún problema, pasan camiones con bastante espacio =) Son pocos -casi nulos- los autos privados que hay en la ruta, así que lo más común es que los levanten los camiones que viajan a lo largo y ancho de todo el país (hay que armarse de paciencia porque suelen ir lento, pero después uno se acostumbra y eso -junto con las historias-, se vuelve lo más lindo del viaje).

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No importa que diga algo así

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Paisajes así se ven estando ahí adelante, con el chofer del camión =)

3) CUESTIONES PRÁCTICAS

* CLIMA: al tener tres tipos de paisajes (costa, sierra y mar), los climas son muy variables, pasando del tropical al frío en cuestión de horas. Si van a ir a la sierra, lleven buen abrigo (en Huaraz hace frío en la noche como para polar y gorro, lo mismo si van a hacer el trekking a Laguna 69) y en Lima por ejemplo algunas noches son para camperita. En Ica y el norte hace mucho calor.

* ENCHUFE:  respecto a la electricidad en Perú, el voltaje es 220 V y los enchufes son tipo A (II) y C (oo)

* INTERNET: si vienen de Bolivia, van a notar un cambio sustancial. La internet funciona bien, hay wifi en todos los bares y hostels y en Lima incluso en los parques.

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4) SEGURIDAD Y MUJERES VIAJANDO SOLAS

Aunque me robaron, siempre me sentí segura. Mil veces me han dicho que Lima era insegura, pero en ningún momento sentí peligro o algo similiar -ok, seguro que fue por las zonas donde me moví-. Nos han dicho que las ciudades más peligrosas son las de la costa para las fiestas de fin de año (nos dijeron que va mucha gente del norte a robar), Trujillo y Piura.

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Los amigos de lo ajeno pagarán las consecuencias…

Hablando con otros viajeros, nos contaron que los han robado en el mercado San Pedro en Cusco, en medio del alboroto. Tratar de no guardar la billetera en los bolsillos sino llevar todo en una riñonera por debajo de la ropa; los ladrones suelen usar tácticas para distraerte y que tengas que sacar las manos de tus bolsillos (tirarte algo desde un balcón y tengas que limpiarte, hacer que agarres algo, acercarte para hablarte y distraerte).

Y para las mujeres, Perú es súper lindo para viajar, y no se van a sentir acosadas ni nada por el estilo.

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Ya saben

5)  QUÉ VER Y HACER

Lo lindo de Perú es que tiene de todo: selva, sierra, costa. Lo que sí hay que tener en cuenta, es si es época de lluvia o seca: en la sierra, si van de noviembre a marzo, va a llover (muy probablemente) todos los días, siendo febrero el peor mes (de hecho, el Camino del Inca se cierra por mantenimiento). Yo por ejemplo quise ir a Chachapoyas para visitar Kuélap, pero como era enero (y ya nos habían tocado días muy nublados, fríos y lluviosos en Huaraz) decidimos no ir (además de que nos lo aconsejaron los locales).

Hay para hacer trekkings (el Valle Sagrado, Arequipa y el Callejón de Huaylas son ideales), visitar museos (en Lima; el MAPI tiene entrada a S/1 los domingos) y ruinas (Perú es un museo al aire libre de culturas pre hispánicas), hacer muuucha playa (al norte especialmente) y surfear (dicen que todo el país es ideal).

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Éstos son los lugares que visité y los post que escribí:

* Cusco:  me enamoré de la capital del Imperio Inca, donde estuve con y sin mi mamá, dos experiencias bien diferentes. Desde ahí visitamos el Valle Sagrado, fuimos a Machu Picchu y estuve trabajando en una hacienda durante diez díaz. En la guía de Cusco, Machu Picchu y Valle Sagrado van a encontrar info más específica.

* Parque Nacional Manu: gracias a EcoManu Expeditions, estuve cuatros días en la selva.

* Nazca: miré las lineas y los geoglifos desde los miradores y paseamos un rato por una hacienda

* Ica: aunque me robaron al llegar, pasamos Año Nuevo bailando salsa, estuvimos en Huacachina y compartimos mucho tiempo en familia

* Paracas: litaralmente, hice nada

* Lima: una ciudad que me encantó, una mezcla de muchas otras

* Huaraz: una ciudad que me sorprendió por su gente y sus alrededores. La puerta de entrada al Callejón de Huaylas, y dos lugares hermosos: la laguna 69 y el glaciar Patoruri

* Huanchaco: cerquita de Trujillo, ideal para visitar Chan Chan (la ciudad de adobe más grande del mundo) o para…. volver a sentirse una nena.

* Piura: la ciudad que me siguió demostrando que en el viaje, lo mejor son las personas que uno se cruza en el camino

* Máncora y las playas: más que Máncora, todas las otras playas y sus gaviotas y tortugas y barquitos y tranquilidad. 

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6) MÁS INFO

Pueden chequear más info en

* Perú.travel: info para planificar el viaje, con info detalle sobre qué hacer, dónde dormir, dónde comer  y muchos más detalles útiles dividido por ciudad

* Go2perú: útil para planificar el viaje

* Internacional.perú.info: info de Perú en el exterior

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7) MÁS FOTOS

En la Fan Page pueden ver el album con las fotos de Perú.

**

Si tienen algún otro dato, info o duda, ¡dejenlo en los comentarios!


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4:45 Suena el despertador. Lo apago.
5:00 Suena el despertador. Lo apago.
5:14 Abro cierro los ojos abro cierro los ojos me estiro corro la frazada me acomodo vuelvo a taparme.
5:16 Abro cierro los ojos abro los ojos me estiro voy al baño me siento a escribir. Buen día, día.
6:00 Abro el archivo “LITERATURA ALTERNATIVA” (parece que lo escribí en mayúscula como para no perderlo de vista), busco una mini porción de la torta ¡vegana! de plátano que hice ayer. Tiene un gusto a no sé qué que me gusta -o es la excusa que uso para darle rienda suelta al antídoto a mi ansiedad.
6:45 Ataco de nuevo la torta
7:30 Termino de redactar la charla y mi hoja de vida. Destinatario asunto adjunto enviar. Demoré menos de lo que creía.
7:01 Abro Evernote para escribir la nota del diario para este finde y se me traba. Cierro los ojos mientras se soluciona.
7:20 Abro los ojos y el circulito de “pensando” sigue dando vueltas. Lo cierro lo abro. No sé qué escribir. Armo el bolso. Me cambio.
8:43 Salimos a buscar mis libros
9:20 Veinticinco hijitos esperan por mí, envueltos en papel madera, marcados con su nombre: “Crónicas por Latinoamérica”.
10:24 Me despido de Santi y voy a la esquina a tomar un bus.
11:17 Estoy parada en el lugar más decente que encontré (mentira, no es aceptable para nada) de Panamericana para hacer dedo. Los autos me revuelven el pelo, los camiones me hacen bambolear, las camionetas me hacen seña de luces. Nadie para.
11:30 Creo que sería mejor tomar un bus que me lleve un poco más afuera de la ciudad…
11:38 Frena una camioneta al grito de “¡Ibarra!”.
12:05 “Los argentinos se creen que no son Latinomericanos, ven al resto por encima de los hombros. Los hombres y las mujeres son diferentes, los hombres no acoeptan cualquier trabajo, sólo quieren algo fácil”, me dice Marcelo,  el señor que me levantó. No sé qué decirle, no me siento identificada. Por lo menos me lo dice en buena onda, no con enojo hacia nosotros. Por lo menos…
12:34 Marcelo, es de lo más simpático, me habla todo el camino y yo lucho por mantenerme despierta. Siento que me pegaron un puñete en los ojos, hasta mandar un mensaje de texto es todo un desafío.
13:23 “Muchas gracias, un gusto, ¡deséeme suerte!” “A una chica guapa como tu no puede irle mal” Si usté lo dice…
13:55 Me acomodo en un sillón de la sala de wifi de un centro comercial. Quiero quedarme a dormir ahí.
14:18 Me llama Gabi, mi host de CouchSurfing, ya llegó a la casa.
15:00 Necesito dormir. Veo una cama y caigo redonda.
15:15 Suena el celular. ¿Justo justo justo ahora tenía que ser? Me dicen que tienen una llamada perdida de mi número… ajam, estaba durmiendo. Mi celular tiene vida propia parece.
15:17 Suena el celular. ¿Enserio?
15:30 Suena el despertador. Cinco minutitos más, porfa.
16:38 Salgo a la Casa de la Cultura con el corazón acelerado por el calor, el miedo y los nervios.
16:53 “Hola, estoy buscando la charla de literatura alternativa…” “Sí, es acá, pase” me responden. “Yo soy una de las disertantes…” digo casi con la cola entre las patas. Creo que no se esperaban una chica de 25 años vestida con calza, zapas deportivas, buzo y mochila al hombro (perdón, pero es lo único de ropa que llevo en el viaje). Yo hubiese reaccionado igual: todos tenían de 50 para arriba y estaban de traje.

17:30 Abre el discurso la talentosa escritora (?) Natalia Bainotti, de Argentina

Trágame tierra, mi charla era para ir después de un señor que iba a hacer una introducción sobre qué era la literatura alternativa y yo iba a retomar sobre los blog. El señor no pudo ir, nadie me avisó y en una milésima de segundo cuando me di cuenta que yo empezaba tuve que reestructurar la charla en mi cabeza (a lo Angie *entra en pánico le da taquicardia tumba el vaso con agua moja la mesa la echan de la charla*). Detalle: el público eran 40 personas, de las cuales el 80% eran señoras de más de 70 años. ¿Cómo explicarles de forma sencilla qué es un blog, qué es literatura alternativa, qué es autopublicación, qué literatura de viajes?

Pero les expliqué que en el 2000 la web empezó a llenarse de blogs, que a diferencia de otros soportes es un espacio bastante personal, que permite mucha cercanía entre el bloguer y el lector; les conté que cada vez somos más, que el blog es un boom y los hay de todo tipo (¿alguna vez se dieron cuenta?), les conté que los mantenemos actualizados constantemente  y que son un espacio de expresión único.

¿Y saben qué más les conté? Les dije que la literatura alternativa, al ser alternativa en contenido, también podía ser alternativa en creación, y que los blogs sirven como un espacio de creación literaria. Y, les conté de nuestro grupo, que empezó con el veo veo y hoy es una pequeña enorme comunidad de creación, liberación, descubrimiento y creatividad. Les conté de Los escribidores también, un espacio único de creación conjunta. Les dije que a veces algunos creen que lo alternativo es lo rebelde, pero mucho de eso rebelde termina siendo tradición en las futuras generaciones. ¿Quién sabe si no somos unos adelantados a los contemporáneo con veinte años de adelanto? 

Así que feliz cumple, a vos veo veo y a mí viajera-escritora-perseguidora de sueños (fuaaaa) (dejémoslo en hacedora de lo que me gusta =)) porque más que cumplir años, cumplimos una etapa, un ciclo: vos como espacio de creación e interaconexión, yo como… como… no sé, como alguien que trata de hacer lo que le gusta, que publicó su primer libro (yeahhh!), que va a cambiar su forma de viaje radicalmente con este nuevo cumpleaños.

*

Y ya que estamos de cumpleaños, soplo las velitas y pido los tres deseos: por más viajes, por más libros, por más sueños.

*
Este post forma parte del ¡Veo Veo!, un juego donde cada mes escribimos sobre un tema escogido previamente. ¿La idea? Volver a ser niños, jugar con las palabras, inventarnos historias, conocer otros lugares, encontrar nuestra voz. Si querés unirte, podés sumarte al grupo en Facebook.

HOMENAJE A LA MUJERES

DE CHARLA EN CHARLA

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Volví. Estaba desaparecida. La semana pasada fue más que agotadora, el viernes en la noche sentía mi cabeza hecha una licuadora. Entre renovar el blog (que parece casi igual a la vista, pero “por dentro” está mejorado), preparar tres charlas diferentes para tres lugares y públicos diferentes (y viajar y darlas), preparar fotos, organizar el envío del libro a Bolivia, hacer las notas para los medios con los que colaboro y buscar dónde imprimir el libro en Argentina… la semana no se me pasó volando, se me escurrió, y el viernes a las 8 de la noche estaba sentada sola en un banquito al aire libre de un bar vegetariano-cletero-musical que me encanta, tratando de que se me vaya el dolor de cabeza.

Pero valió la pena. Hacía mucho que no daba charlas. Cuando estaba en AIESEC, mínimo cada un par de meses daba alguna charla: daba capacitaciones en congresos o iba a charlas informativa para nuevos miembros o me pedían que de hablara sobre mi intercambio. Hacía desde… ¿septiembre del año pasado? que no estaba frente a la gente. Bastante, comparado con el ritmo de antes. Y lo extrañaba. Extrañaba esa adrenalina de estar frente a mucha gente contando experiencias, compartiendo puntos de vista, respondiendo preguntas, interactuando, haciéndolos reír (a veces me sale la parte chistosa) y sentir que muchas veces les doy un empujoncito para animarse a hacer algo diferente.

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En las charlas en secundarias en Turquía

El jueves de la semana pasada llegué a Ibarra para participar en la charla sobre Literatura Alternativa junto con un escritor muy reconocido de acá, Juan Carlos Morales, y el sábado me junté con un chico de CouchSurfing y dos amigos suyos, y en una hora me propusieron dos charlas.

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Un rinconcito de Ibarra que me encantó.

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 Así, el jueves estuve en Cayambe dando una charla sobre bicicletas y sustentabilidad en el marco de un evento de reciclaje en un colegio primario y el viernes fui a la Universidad Técnica del Norte en Ibarra a dar una charla enfocada a desligarnos de los paradigmas de la sociedad y animarnos a hacer lo que nos gusta. 

El jueves salí después del almuerzo a Cayambe y llegué una hora y media antes de la charla. Me buscó el profe de música y -teniendo mucha suerte, según me dijo él- nos encontramos con un desfile típico.

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La charla estaba programada para que sea de quince minutos: qué poco acostumbrada que estoy a las charlas cortas. Las de una hora puedo darlas perfectamente y sin siquiera prepararlas, tengo tan incorporado lo de “charlas-de-una-hora” que siempre las termino justito sin siquiera mirar el reloj. Pero ahora, de quince minutos… eso sí que me era raro. Encima, había tantos nenes corriendo y cotorreando que no podía concentrarme y menos que menos tratar de interactuar un poco con la gente. De todas formas me gustó: me gustó el desafío, me gustó hablar sobre bicis, me gustó que se acercaran algunos padres.

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Hasta las paredes lo dicen…

El viernes la historia fue otra: la charla era para los alumnos de turismo y les conté cómo había empezado a viajar y por qué me animé a tratar de vivir de escribir y de la fotografía. Les conté de mis crisis existenciales, de cómo empecé a viajar, del proceso de escribir el libro (tengo un post pendiente de eso), de cómo haber empezado a escribir para un diario y ahora tener un sponsor para el viaje en bici no fue una cuestión de suerte sino de tocar puertas, y de lo importante que es intentar animarse a hacer lo que nos gusta. De que la universidad no tiene que ser un marco sino un trampolín que nos ayude para lo que queremos hacer (como para que los profes no crean que hago apología a no estudiar cuando digo que dejé la universidad), de que la vida es corta para esperar el momento para animarnos a hacer algo, de que tener miedo a intentar hacer algo es el mejor síntoma de que estamos yendo por el buen camino… y ya paro porque voy a contarles toda la charla sino. La cosa es que me encantó, veía a los chicos escuchando súper atentos, asintiendo a lo que les contaba, la profe que cedió la hora dijo que valió la pena, la decana que me felicitó, los chicos que se me acercaron a pedirme autógrafos (fuaaa ni sabía que ponerles jajaj), que me pidieron libros, que me invitaron a acá y allá para que escriba sobre esos lugares… en fin. Me encantó saber que les gustó, que les llegó, que les interesó. Eso es lo que me llena, saber que haber hablado una hora no fue en vano.

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Lavando la ropa

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Y me faltó contarles de la otra charla, la que di el miércoles: Fer, la hermana de la chica que me hospeda en Ibarra, es profe de computación en Pusic, una comuniad afro a una hora de Ibarra, y cuando me preguntó por mis viajes, se copó con el que hice a Kenia y me pidió que vaya a hablar con los chicos sobre identidad cultural (en cualquier momento abro un repertorio de tema que puedo dar y los empiezo a ofrecer =p). Di dos charlas: una con chicos de 17 años y otra con nenes de 11. Les conté de cuando estuve haciendo el voluntariado en Nairobi y cuánto significó para mí poder aprender de otra cultura, les hablé el tema de discriminación y racismo (cosas que vi muy presentes en Bolivia y acá en Ecuador: coyas vs cambas, gente de la sierra vs gente de la costa vs afros), de lo importante que es conocer nuestros orígenes y sentirnos orgullosos de dónde venimos… Después de terminar de conversar con los chicos más grandes me fui a dar una vuelta por Pusic y casi llego tarde a la segunda charla: la gente me saludaba con una sonrisa, un par de señores se acercaron a conversar, conversé con dos mujeres como si fueran mis vecinas de toda la vida, los nenitos se reían cuando veían las fotos que les tomaba.

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Fueron tres charlas distintas: tres temáticas, tres lugares, tres públicos. Tres nuevas experiencias que me encantaron y me hicieron acordar de esa otra cosa que tanto me gusta y que quería que formara parte del viaje: aportar mi granito de arena (y que, ojalá, sólo sean el comienzo).

UN AÑO DESPUÉS

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un año de viaje por sudamerica

Pasé cinco semanas en la primera ciudad a la que llegué, más por comodidad, inercia, falta de ánimo viajero, miedo, carencia de motivación, inacción, indecisión o esperas que por cualquier otro motivo real. Siempre me cuesta arrancar a viajar.

Trabajé tres meses en AIESEC en Bolivia, hice diez días de voluntariado en una hacienda en el Valle Sagrado, vendí alfajores e Huaraz y una mañana limpiamos un hostel en Huanchaco para ahorrarnos la noche.

Conocí lugares que ya conocía en fotos y palabras y emociones: Uyuni, Copacabana, La Paz, Machu Picchu, Huacachina, Laguna 69, Máncora, Cuenca, Vilcabamba. Conocí lugares que no creí me iban a gustar tanto: Sucre, Cusco, Lima, Quilotoa. Conocí lugares que no había escuchado siquiera nombrar: Maragua, misiones jesuitas, Torotoro, Pisaq, Manu, Saraguro. Empecé a experimentar con la escritura: en el #veoveo, después en Los Escribidores, y tengo pendiente hacer alguna otra dinámica creativa.

Me vinieron a visitar cuatro personas: un chico (no me sale ninguna otra forma de catalogarlo), mi mamá, Flor y mi hermano. Tuve mi compañera de viajes más duradera: Joa, tres meses juntas.

Me robaron a fin de año. Pero entendí que los malos tiene más fama: en los diarios nunca va a salir que la gente te hospeda, te da un plato de comida, te abraza, te ayuda cuando estás perdida, te da una mano cuando lo necesitás, que una mujer te financian una parte de la impresión de tus libros, que unos chicos te invitan a dar charlas, que las familias te tratan como una hija.

Aprendí, más que nunca, tres cosas: que el desapego es imprescindible para avanzar, que hay que valorar cada detalle de nuestra vida y que ser feliz depende de uno.

Escribí 85 notas para el diario, 64 para el blog (y mínimo una docena de borradores esperando ver la luz) y varias para otras distribuidas por ahí. Escribí cada día para mí.

Conocí más personas de las que puedo nombrar acá, dormí en más camas (y colchones y suelos y sofás) de las que recuerdo y el número de camiones, camionetas y autos que me levantaron es más que el de los buses que he tomado en ningún otro viaje. Nunca saqué la cuenta de cuántos kilómetros he hecho.

Viajé 5 meses en bus, 7 a dedo, y me esperan dos años en bicicleta. Ahora, viajar en bus me parece de lo más aburrido: hago dedo incluso para tramos de 30 minutos en los que el pasaje cuesta 0,45 USD, aunque esté sola y salir a las ruta me cueste ya 0,25 USD.

Me di cuenta que sí o sí quiero llegar a la Guyana Francesa para mi asentar mi francés de una vez por todas.

Estuve en el altiplano, en la selva, en las yungas, en la playa, en el desierto, en un oasis, en cavernas, en lagunas, en ríos, en ciudades, en pueblos, en capitales, en comunidades.

Seguí confirmando que no viajo para ver monumentos, ni entrar a museos ni ver paisajes lindos: viajo para conocer, para conocerme, para perderme y encontrarme, para conversar, para mirar, para aprender y para crecer. Y viajo, sobre todo, porque así como me gusta vivir.

Perdí una remera, algunos pares de medias, rompí la carpa, me compré un buzo por 1,5 USD, se me rompieron dos calzas, cambié las zapatillas, me trajeron ropa, mandé ropa, regalé ropa, cosí ropa, me regalaron un cuaderno, compré cuatro cuadernos, me robaron dos cuadernos, me compré dos libros, me robaron dos libros.

Mandé mi mochila de 45 litros de vuelta a casa. Las alforjas me esperan.

Di charlas. Escribí un libro. Hice un proyecto para pintar murales en el viaje (que ya ya YA va a ver la luz). Conseguí un auspicio para viajar en bicicleta.

Aprendí de mecánica de bicicleta. Sigo renegando para conseguir la parrilla delantera.

Me hice vegana (o estoy en eso) y estoy feliz, tranquila y en paz (aunque sigo luchando con los prejuicios).

No tuve -juntando los días- siquiera dos meses de verano en el año de viaje (y en meses tan variados como septiembre, diciembre, enero y marzo). En febrero llegué a Ecuador y me dijeron que estábamos en invierno (y entendí que acá invierno significa lluvia, no frío).

Estuve en una ceremonia de ayahuasca.

Pasé cinco meses en Bolivia, dos y medio en Perú y voy cuatro en Ecuador y contando. Recorrí sólo tres países en un año. Y siento que me quedaron muchas cosas pendientes de conocer en cada uno.

**

El sábado me preguntaban si estaba de vacaciones, cómo así que estoy acá en Ecuador, cuando vuelvo a Argentina. Otras veces me han preguntado si no me canso, o me dicen “es una buena edad para viajar” como dando por sentado que más adelante no se puede viajar y hay que estabilizarse vivir fijo.

No me cansa, todo lo contrario: me encanta. Aunque trabaje en cualquier horario (así sean las 7am, las 3am, un lunes o un domingo), aunque gane poquito (pero haciendo lo que me gusta), aunque duerma en diferentes camas casi cada semana, aunque haya tenido que aprender de las despedidas, aunque me agarre el viento y la llovizna haciendo dedo. Me gusta y lo elijo cada día. Al final, en un sólo año me pasaron un montón de cosas.

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